A veces crees que lo tienes todo controlado, que tu vida va a ser así siempre, que nada puede cambiar, porque esa es la vida que querías vivir, la vida que vives y la vida, que piensas que los demás quieren que vivas. Los demás, personas ajenas a ti, pero que en el fondo opinan, aunque a veces no deban opinar, personas que viven su vida y opinan sobre la vida de los demás.
De repente te paras, piensas y te das cuenta de que esa no es la vida que quieres vivir, de que tal vez un cambio, no te vendría mal. Piensas con calma, porque los cambios se deben pensar, pensar y repensar, porque los cambios no son fáciles, porque implican incertidumbre, crisis y en muchas ocasiones ansiedad, miedo a lo desconocido, ante aquello que no sabemos que resultado tendrá. Tememos equivocarnos, porque lo primero que pensamos es en eso, en que nos equivocamos, en lugar de pensar en que nuestra decisión quizás sea la más acertada, quizás sea la correcta y la que nos aporte mayor felicidad. Felicidad plena, nunca, momentos de felicidad. La felicidad se siente en determinados momentos de nuestra vida y de ella nos alimentamos para sobrevivir en los momentos malos.
Haces cambios en tu vida, creces, aprendes a moverte en nuevos caminos, en nuevos mundos y hasta en universos que pensabas inalcanzables, te rodeas de estrellas y de agujeros negros, huyes de ellos y te unes a las estrellas, ellas te iluminan y guían tu camino, tu nuevo rumbo, tu nuevo destino, el camino que tu elijes, el camino que recorrerás a partir de ahora. Te equivoques o no, por ese camino aprenderás cosas nuevas, vivirás nuevas experiencias, buenas o malas, pero en definitiva todas ellas te ayudarán a crecer, te ayudarán a completar las piezas del puzzle de tu vida, a completar ese puzzle que poco a poco se va construyendo, que nunca está completo, porque de estarlo, tu vida ya no tendría sentido...
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